Alfonso Navarro Táppero
We passed the majestic glacier Kharola...
Pastores nómadas en el techo del Mundo
Dejamos atrás el majestuoso glaciar Kharola y continuamos nuestra ruta hacia Gyantse; de nuevo, a través de las ventanillas del 4x4 contemplamos embobados las imágenes que nos depara la visión del paraíso: Ríos desbocados, valles infinitos, cumbres gigantescas, lagos de color turquesa y cielos tan azules que casi duele mirarlos…
A lo largo del camino nos cruzamos con pequeños asentamientos de Dopkas (pastores nómadas) que circulan por estos parajes como fantasmas de un pasado que las cordilleras que nos rodean parecen resistirse a dejar escapar.
La hospitalidad y alegría con la que nos reciben es sorprendente y como pudimos comprobar más tarde carente por completo del comprensible mercantilismo que pudiera suponer compartir comida y experiencias con unos turistas occidentales a cambio de unos cuantos yuan (un yuan equivale a unos 0,10 euros). Ni siquiera al despedirnos y a pesar de nuestra insistencia, nuestro simpáticos anfitriones aceptaron recibir dinero alguno a cambio de su tiempo, y sobre todo de su comida.
En el exterior de la tienda nos agasajan en primer lugar y como es preceptivo con un té hecho con grasa de yak de sabor un tanto amargo y olor muy característico (aún hoy cuando evoco estos parajes el aroma del te tibetano parece invadir el ambiente).
La piel quemada de nuestros anfitriones es mudo testigo de las duras condiciones climatológicas en las que habitan estos rudos pastores, a pesar de ello, los pómulos sonrojados, los coloridos tocados con los que adornan pelo y vestimentas, la esbelta aunque menuda figura que presentan la mayoría de ellos y la serenidad con la que parecen afrontar su destino les hace aparecer sumamente atractivos a nuestros ojos.
La cerveza local, llamada chang con la que regamos nuestro plato principal (pasta acompañada de ricos pedacitos de carne de yak y que degustamos torpemente con unos palillos) se nos sube a la cabeza rápidamente a causa de la elevada altitud a la que nos encontramos. La lengua se desata y martilleamos al jefe del clan familiar con preguntas de toda índole a las que nuestro interlocutor responde amablemente una tras otra, con serenidad y sin que la sonrisa desaparezca de su rostro en ningún momento.
Desgraciadamente, según leo en foros de viajeros, la tradicional hospitalidad tibetana ha dado paso a una interesada y falsa amabilidad, la sonrisa franca y espontánea de antaño se ha convertido en una pérfida mueca que esbozan los nuevos “falsos pastores nómadas” cuando se dejan fotografiar con trajes folclóricos a cambio de unas cuantas monedas, es el precio el progreso……
We passed the majestic glacier Kharola and continued our route to Gyantse, again, through the windows of 4x4 gawking contemplate the images gives us the vision of paradise: Rivers runaway, endless valleys, enormous mountains, turquoise lakes and skies so blue it almost hurts looking at them ... Along the way we passed small settlements Dopkas (pastoralists) circulating in these parts as ghosts of a past that mountain ranges around us seem reluctant to let go. The hospitality and joy with which we receive is amazing and as we saw later understood completely devoid of commercialism that might involve sharing food and experiences about Western tourists in exchange for a few yuan (one yuan equals about 0.10 euros ). Not even to say goodbye and despite our insistence, our friendly hosts agreed to receive any money in exchange for your time, and especially their food. Outside the shop we entertain first and as is required with a tea made with yak fat somewhat bitter taste and characteristic odor (even today when I recall these parts Tibetan tea aroma seems to invade the environment). Burned skin of our hosts is mute witness to the harsh weather conditions in which they live these rude shepherds, nevertheless, cheeks flushed, the colorful headdresses that adorn the hair and clothes, the slim but petite figure presents the most of them and the serenity with which seem to face his destiny makes them appear very attractive to our eyes. The local beer called chang with which we water our main course (pasta accompanied with rich bits of yak meat and tasted fumbled with chopsticks) we head rises rapidly because of the high altitude at which we find ourselves. The tongue breaks and martilleamos the family clan chief with questions of all kinds to our partner responds kindly one after another, with confidence and without the smile disappears from his face at any time. Unfortunately, as I read on forums travelers, the traditional Tibetan hospitality has given way to an interested and false kindness, frank and spontaneous smile of yesteryear has become a wicked grin that outlines the new "fake pastoralists" when being photographed in traditional costumes in exchange for a few coins, the price is progress ......



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